EL PODER SANADOR DE LA NIEVE. CAMINANDO POR LA SIERRA DE BÉJAR

Llevaba unos días la sierra blanca, vista desde lejos era un continuo reclamo para acercarnos a ella, especialmente los días claros de cielo azul. A pesar de que no salió el día claro, decidimos ir a la nieve, pensando que como mucho la tocaríamos, no mucho más.

Camino de La Covatilla, un cielo enmarañado se confundía en el horizonte con la sierra. La temperatura era excelente. Béjar con su espalda blanca, parece un pueblo de alta montaña, por lo menos de Los Pirineos. Tuvimos que subir bastante para encontrar las primeras nieves amontonadas a orilla de la carretera. A medida que el inmenso mar paisajístico se iba colando ante nuestros ojos, la montaña era más blanca.

Mucha nieve arriba, complicado para realizar una larga travesía sin el calzado adecuado para ello. Por otra parte mi dolorido tendón de Aquiles seguía sin darme muchas alegrías. Con esos mimbres nos lanzamos a tejer un canasto donde ir metiendo lo que nos deparase el día. Mucho asfalto para aparcar tenía la estación de esquí, a pesar de ser un día bueno para practicarlo. De vez en cuando aparecía un esquiador desde arriba siendo dueño de toda la nieve, qué diferencia de las imágenes de las pistas atiborradas de gente en estaciones de otros lugares.

Nos pusimos manos a la obra. Teníamos intención de llegar a La Ceja, dependiendo de cómo estuviese la nieve y el camino. Al tercer paso ya habíamos pisado la nieve, el sendero apenas visible se dejaba entrever gracias a los hitos que sobrevivían sin ser sepultados. Nos dirigimos hacia las cumbres, pronto nos asombramos de la garganta del Oso, aquella ruta que se nos atragantó, dándonos por derrotados y regresar por otro camino. Menos mal, pues ¡hay que ver lo que nos quedaba!

El sendero se aproxima a las vallas de la estación de esquí, discurre paralelo a una acequia que de vez en cuando es visible, por la que baja un caudal considerable de agua limpia y fría. También baja de guindas a brevas algún esquiador, como perdido y despistado, parecen desorientados.

Entre unas cosas y otras, sin darnos cuenta, apareció al fondo de la garganta Béjar, una impresionante vista de la antigua ciudad textil que no ha conseguido recuperarse de tan gran pérdida. Lo que cuesta ganar y lo fácil que es perder, dos verbos con significados tan distintos. Ya lo dice Marta Sanz, es el valor de las palabras, escribir es colocarlas de manera armónica para que expresen ideas, emociones, sentimientos, eso es lo difícil.

A veces el contexto te lleva a intentar expresar sentimientos espontáneamente. A esas alturas de la mañana teníamos ante nosotros un paisaje difícil de describir, casi imposible negarse a girar hacia la derecha, olvidar el tendón y ponernos manos a la obra.

El cielo seguía envuelto de un velo que de vez en cuando se rasgaba, dejando entrar una luz que se amplificaba por el efecto de la reflexión. Comenzamos a pisar nieve en condiciones, más de un metro, teniendo en cuenta cuando caíamos en una trampa y metíamos la pierna entera. Decidimos seguir las huellas de los que habían recorrido el trayecto días anteriores, especialmente los que llevaban raquetas, la nieve ofrecía mejores garantías.

Una subida tendida, interminable, cuya cima era un misterio, nos llevó su tiempo y su energía. Cuando al final conseguimos estabilizar la subida al llegar al Calvitero, pensamos que no habría sido una mala opción hacer en esa vaguada la estación de esquí.

Como buenos jubilados, no nos privamos de opinar y ofrecer soluciones, me imagino que todo lo estudiarían en su día los técnicos. Alcanzar un falso llano supuso un alivio para las piernas. La vista y las emociones ganaron una fortuna. Las montañas cubiertas de nieve son imágenes que por sí solas compensan la caminata.

En medio una soledad embriagadora, la mente no deja de trajinar acerca de la realidad que has ido dejando poco a poco a medida que asciendes. Un mundo guerreando, arrasando vidas, ciudades, un espectáculo que día a día se nos cuela mientras comemos, haciéndonos sentir impotentes ante tanta tragedia. Tantas diferencias sociales que hacen que la vida para muchos niños sea una carrera de fondo con muchos baches, algunos insalvables.

En algo parecido  pensarían dos esquiadores, que por sorpresa rompieron nuestra soledad, al desistir de bajar por una ladera de un gran desnivel. Avanzamos hacia el sur. Hay círculos sin nieve, parecen parvas sin cereal, una incógnita que despejamos, no sin esfuerzo.  La nieve había sido arrastrada por el viento que ahí sopla con ganas y estampanada contra las rocas, formando figuras muy sugerentes, arte en la naturaleza.

Estamos ante un escenario sobrecogedor, rodeados de nieve de un blanco luminoso, la mente se queda también en blanco, una especie de reseteo para eliminar mucha basura que vamos almacenando sin darnos cuenta. La montaña y especialmente la nieve tienen un gran poder sanador para el cuerpo y el espíritu. Cuando no me las prometía felices para el talón de Aquiles, se portó como un jabato, sin molestias a partir de ese día.

Alcanzamos la meta, La Ceja completamente blanca, al fondo los Hermanitos y Hoya Moros, las lagunas de El Trampal cubiertas de nieve. Encontramos un buen comedor para reponer fuerzas, sentados en dos puntas de rocas que se habían salvado de quedar bajo la nieve. Había que hacer un ejercicio de memoria para imaginar lo que había debajo del manto blanco, piornos de gran tamaño y rocas escondidas.

Conseguido el objetivo, iniciamos el regreso. El sol hacía de foco enorme, iluminando nuestro camino, rodeados de una niebla a media altura que añadía más belleza al escenario. Hicimos la bajada bastante mejor que la subida, a pesar de que la temperatura había hecho estragos en la nieve, por lo que más de una vez caímos en su trampa. Atrás iba quedando una ruta espectacular caminando por la nieve que guardamos en el canasto.

UN MILAGRO DE LA PRIMAVERA. BIENVENIDO BRUNO CASTAÑO

Está siendo una primavera muy larga, cuando oficialmente no lleva ni un mes. Se adelantan los tiempos del poeta “…con las lluvias de abril y el sol de mayo…” Salen flores de todos los colores por sembrados y caminos, tiñendo de un colorido extraordinario la naturaleza. En medio de este escenario, hemos asistido a “otro milagro de la primavera” : el nacimiento de nuestro querido nieto Bruno, eres el mejor regalo primaveral.

Querido nieto querías darle tu primera alegría a tu padre naciendo el 14 de abril, una fecha significativa que a él le gusta. Una forma bonita empezar tu camino. Por lo que cuentan tus padres, te ha costado salir de tu espacio de confort, tanto tú como tu madre os habéis portado como unos jabatos. Ya estás entre nosotros, bienvenido Bruno, es una alegría enorme. Rodeados como estamos de noticias poco atractivas, recibirte a ti es un bálsamo dentro de un mundo cada vez menos empático.

También has querido hacer un guiño a tu madre, sevillana de nacimiento, gran bailadora de sevillanas, naciendo en plena Feria de Abril. Quizás sea el baile una buena herramienta para endulzar los momentos amargos que se irán colando poco a poco en tu vida. Heredarás de tus padres su espíritu viajero, una actitud abierta al mundo, por lo que tendrás ventaja a la hora de sortear esos momentos. La pasión por la naturaleza, la educación, bici, el huerto, el teatro, la danza…son luces que brillan en su vida, seguro que pronto te atraerán y conseguirán engancharte. Hoy que has abierto los ojos, al tenerte en mis brazos, te imagino corriendo detrás de las gallinas, arrancando zanahorias, recogiendo los huevos o vestido de payaso acompañando a tu padre en la carrera de fin de año por La Rondilla…

Tienes un nombre original, poco común por lo que en el cole no creo que tengas rivales por tu nombre. Un nombre de origen alemán, cuyo significado hace referencia a la coraza, protección, por lo que se te acumulará el trabajo, pues estamos en una sociedad bastante vulnerable, necesitada de muchos límites que respetar. Espero Bruno, que tú seas un buen defensor de los buenos valores. Cuando tardabas en nacer, no pude menos de pensar en lo que te encontrarías en este mundo que te espera, hoy Irán ataca a Israel, Israel ataca a Palestina, Rusia a Ucrania, el cambio climático no deja de atacarnos….Te recibe un mundo alterado, necesitado de equilibrio, estoy seguro que tu pondrás tu granito de arena, pues naces en un entorno familiar de gran riqueza y eso ayuda bastante.

Tu extensa familia hemos celebrado tu llegada, otros que ya se han marchado  no tendrán la suerte de conocerte. Qué ilusión tan grande habría supuesto para ellos, especialmente a tu abuelo Chema y a tu tía abuela Ana. Eres el primer niño en los nietos de las dos familias, y en la de tu madre en la generación anterior. Si hubiese vivido Ana ya te habría encargado una moto. ¡Qué ilusión le habría hecho! También a mí personalmente me hace mucha ilusión, todavía me veo contigo jugando un partido de dobles junto a tus primas Irene y Greta. Como dijo el día que naciste Irene, tienes suerte de tener unas primas salmantinas y españolas.

Has nacido en Valladolid, en plena Castilla, la tierra de tu padre, también la tierra adoptiva de tu madre, a la que llegó cuando tenía cinco años a la comarca de Tierra de Pinares. No vas a tener problema para adaptarte a ella. Un poco más al sur tienes tu pueblo: Ciudad Rodrigo, es importante que tengas un pueblo, a los niños les encanta tener su pueblo. Pronto te veremos chapotear en el río, jugando con la arena, disfrutando de los carnavales, pues el tiempo, especialmente para tus abuelos pasa volando.

Mucho calor hacía el domingo pasado cuando a eso del mediodía el milagro de la vida una vez más nos estremeció. Fue muy emocionante el momento de conocerte, nueve meses esperando ver tu cara, porque esas fotos que la tecnología os hace dentro de tu madre, son muy frías. Una cara redondita, un cuerpo atlético, un pelo negro que me recordaba muchísimo a tu madre, cuando la cogía por primera vez en la clínica Santa Isabel de Sevilla. Tu cuerpo estirado y atlético, tus pies, recuerdan a Jesús.

Te deseo Bruno que vayas surfeando ( tus padres son grandes surfistas) las olas que te irán llegando, las primeras ya las has sorteado con buena nota. El día 14 de abril, además del día de la República será en nuestra familia un día especial. En Valladolid, ese día se celebró un emotivo acto. A la salida del hospital, con la emoción desbordada después de haberte conocido, solo ondeaban banderas nacionales, en la calle no se notaba que había nacido un niño republicano: Bruno Castaño.

ENTRE SORPRESAS Y AGRADECIMIENTOS

Es increíble cómo la mente humana a veces se enreda y no es capaz de ver más allá de unos metros. Me sucedió el día que cumplía 70 años. Según la programación del día, a una comida en familia le seguía una merienda, apenas una hora después. No me encajaba mucho, pero me dijeron que ahora se llevaban ese tipo de eventos. Me empezó a chirriar que Alicia y Olga se fueran de repente con un pretexto sibilino. Por último la carrera que nos dimos (Irene y yo como caballeros andantes con el paraguas por montura en busca del castillo) para no llegar tarde. Bastantes pasos por delante, Pepi nos llevaba a matacaballos e insinuaba que llegaríamos tarde.

Con esos ingredientes, reconozco que nada me hizo sospechar de lo que me encontré al acceder al salón debajo de la torre del castillo. Pasado un tiempo, me he dado cuenta de lo fácil que es caer en los enredos de los delincuentes que hacen ahora buen negocio por internet. Una sorpresa mayúscula me llevé al ver a tanta gente querida esperándome, cantando una canción que me sorprendió de manera muy especial. Pensé que la mano de Antonio Beades estaba detrás de ella. Una gran puesta en escena y un enorme trabajo de mis chicas. Siempre estaré agradecido.

Entre sorpresas, emociones y prisas, ese primer acto pasó como la velocidad del rayo. Muy disciplinado me senté donde me asignaron para ver un montaje audiovisual de muchos quilates. ¿Qué había hecho para merecer esto? Cumplía 70 años, una edad ya importante, especialmente para Pepi, Alicia y Olga, que con gran complicidad hicieron y de qué manera el maravilloso montaje donde a base de pinceladas resumían mi larga trayectoria vital. Una vida que ha pasado en un plis plas desde aquel niño que creció en la extensa huerta de Pedrotello hasta el pequeño huerto de jubilado en el que me encuentro.

¡Cómo han sabido hilvanar a base de detalles un audiovisual cargado de sentimientos y emociones! Una perfecta combinación de familia, amigos, colegios, viajes, eventos, capítulos de un tiempo que ha pasado demasiado deprisa. El paso por la escuela, a la que llegué de rebote, pues nunca pensé en dedicarme a la enseñanza, pero que enseguida me enganchó hasta la médula. La llegada a Fuenteguinaldo con Pepi, donde la escuela seguía igual que la que había dejado hace años, donde más de un maestro demostraba poca empatía con los niños. La llegada a Pilas, un pueblo del Aljarafe sevillano cuando a nivel social y educativo el país estaba en ebullición. Qué sorpresa más emocionante cuando aparecen en la pantalla Paqui y Jaime, amigos, compañeros, vecinos, nuestra nueva familia…

Llegamos a Mojados en la comarca de Tierra de Pinares a comienzos de la década de los 90. Un colegio con mucho por hacer, con muchas posibilidades que poco al que poco a poco le fuimos dotando de unas señas de identidad. Le toca a Inmaculada llenar la pantalla. Voy de sorpresa en sorpresa. Los años se llevan mal con ella, no consiguen hacerle mella. Muchos años compartiendo muchas cosas, sigue con su eterna sonrisa y optimismo, todo un ejemplo de vitalismo. Hasta Jesús el conserje, se coló por allí. Un bonito detalle darle cabida a María, alumna brillante que desde su prudencia supo sacar lo mejor de ella.

Por último Salamanca. Una vuelta a la tierra, a un centro urbano, totalmente diferente, para decir adiós a la escuela rural. Un proceso de adaptación para desarrollar proyectos y poner fin a la vida profesional de la mejor manera posible.

No podía faltar Antonio Beades, compañero y amigo en el último tren laboral, donde desarrollamos junto con Reme un proyecto pedagógico de participación para abrir la escuela al barrio. Ahora ya jubilados recorremos otros caminos sacándole un exquisito jugo para seguir caminando. Lo que habría disfrutado presencialmente.

Como bien dijo Alicia, siempre fui más de práctica que de teoría de estar siempre al lado de los niños, de ganarme su cariño y su empatía a base de actividades atractivas, del teatro, de salidas, de montajes, de huertos, de siembras, trillas, matanzas, de rutas en bici…De intentar no caer en la escuela que viví, muchos contenidos, mucha teoría, pero muy poca práctica. Siempre intenté ser más Quijote que Sancho Panza “…Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar bien y evitar el mal…”

En ese largo viaje pedagógico nunca estuve solo, la primera en incorporarse fue Pepi, sin ella difícil habría sido afrontar tantas aventuras personales y profesionales. Después se fueron incorporando Alicia y Olga, sevillanas de nacimiento, pero ciudadanas del mundo, que han ido echando raíces donde han vivido, por donde han viajado. Ello ha permitido a la familia tener la mente siempre abierta, mucha adaptación a realidades tan distintas en las que hemos vivido y trabajado. Personalmente me integré plenamente en cada pueblo, cada colegio, suponiendo siempre la marcha un esfuerzo titánico para salir de allí. Siempre me pesó demasiado la mochila que conseguía llenar.

A pesar de la distancia, nunca abandonamos nuestros compromisos familiares. En las vacaciones convivíamos intensamente con los abuelos, disfrutando de pequeños viajes dominicales, celebraciones, juegos, disfraces…y muy especialmente cuando nos visitaban en Sevilla y Valladolid. En sus etapas más complicadas intentamos siempre estar a su lado.

Tampoco a los amigos, de cada uno de los puertos donde arribamos y por supuesto los de Ciudad Rodrigo. Fuimos creciendo conjuntamente para compartir experiencias, hasta llegar hasta hoy, sabiendo que siempre estáis ahí. Carne de gallina se me puso al escuchar a Ángel, 44 años compartiendo tantas cosas y cómo lo has sabido hilvanar poéticamente, una historia, la nuestra, que solo nosotros sabemos lo que ha supuesto.

Con el corazón a tope de revoluciones rodeado de tanta gente, salimos de la torre del homenaje para disfrutar de una velada de muchos quilates. Reconozco que para mí fue una sorpresa mayúscula, gracias a mis tres chicas por lo bien que organizasteis el evento, donde la presencia de Rober y Jesús, buenas incorporaciones a la familia, se notaron. Y gracias a todos los que me acompañasteis, los que me mandaron mensajes. Dar el salto de década será más fácil, acompañado de excelentes escuderos, podré seguir disfrutando de aventuras, será más llevadero sortear las piedras del camino.

Mis agradecimientos por el éxito de vuestro plan, no necesitasteis disfrazaros como el cura y el barbero para engañar a D. Quijote. Cabalgando con Irene llegué al castillo donde viviría una de las mejores aventuras de mi vida. Al abandonar la fortaleza, el cansancio hizo mella en Irene, no consiguió ver al escudero que fugazmente vio a la entrada, fruto de las prisas. Tendremos que regresar para que disfrute de lo aprendido en clase. Ahora tengo a Irene y Greta, dos buenas compañeras de camino para seguir ejerciendo de maestro, una profesión de la que uno nunca se descabalga Cualquier motivo es bueno para sacarle partido pedagógico. Para que a veces digamos que la escuela no deja huella.

DÍAS DE PASEO Y SENTIMIENTO POR EL RÍO

Hay una explosión de color en la naturaleza, la culpa es de una primavera desubicada que llega adelantada ni se sabe cuánto tiempo. A pesar de que los árboles están a medio vestir, caminar por la orilla del río es un auténtico placer, no importa que esté el día nublado, despejado o lloviendo.

Alcanzar a ver el río a la altura de los Cañitos una sensación de sosiego y tranquilidad y algo de nostalgia se apodera del caminante. El gran charco de aguas agitadas por el viento es una especie de bálsamo para los sentidos. Este charco que en otras épocas estuvo lleno de historias trágicas, ha ido lavando su mala imagen para integrarse plenamente al río que se frena en la pesquera.

Hay hierba se mire donde se mire, la cantidad de vacas que hay por la zona, no serán suficientes para darle saque. Desbrozadoras y herbicidas, de momento no han hecho acto de aparición, no como en algunas carreteras que el reguero de hierba quemada ya está visible. Las orillas del río han ido cambiando  a la vez que hemos ido envejeciendo. Ello se nota bajando la cuesta. Enfrente los chopos jóvenes lucen sus brotes rojizos componiendo un paisaje precioso, especial si le da la luz del sol. Aquella alameda de chopos de gran porte dio paso a un área recreativa con mucho césped y unos árboles a los que le está costando bastante tirar para arriba. Este dato, nos debe recordar que hay queextremar los cuidados de los árboles.

Afortunadamente, nuevos individuos se van incorporando a este maravilloso espacio, para mí monumento natural. Entre ellos, destacan los alisos de Asenavis que ya dejan ver sus brotes tiernos, un pequeño sauce con una gran carga emotiva, consigue aflorar solitario en medio del charco. Cuántas historias arrastran los ríos. Muchos reflejos se cuelan en sus aguas de ramas que simbolizan muchas imágenes, la naturaleza es una gran fuente de inspiración para los artistas.

Enfrente lo poco que queda de las ricas huertas, sus frutales, van floreciendo en riguroso orden, según le llega su tiempo biológico. Siempre la naturaleza sorprende, su reloj nunca se equivoca, cada especie tiene su orden. A finales de marzo ya van quedando pocos rezagados, los membrilleros son unos de ellos. La hierba es el mejor trampantojo para ocultar su abandono.

A la orilla del camino sigue un año más el viejo fresno carcomido que todas las primaveras revienta, el canal de la Concha cada año que pasa tiene sus orillas con más claros, los pocos alisos que quedan, tienen su eje vertical descontrolado. El jueves, el viento tumbó  varios en el río. Apenas hay gente contemplando esta belleza gratuita. Los perros siguen siendo para más de uno el reclamo para echarse a la calle.

Al entrar en el Picón, se echa en falta el bullicio del verano que siempre se asocia con él. Lugar de encuentro, de baño, de tertulias, de juegos, de repaso del año que ha pasado, también de ausencias. Los sauces llorones, los fresnos tienen sus hojas con un brillo especial. Suena el agua en la pesquera, el río sonríe, hacía tiempo que no se le veía tan radiante. Varios patos, una cigüeña, un cormorán y una garza embellecen aún más el entorno. Río abajo los jaramagos y su amarillo rabioso han inundado la margen derecha.

Sale el agua desbocada por debajo de la fábrica, una energía desaprovechada ahora que tan necesitados estamos de ella. El canal sigue siendo un basurero, cuesta comprender este tipo de conductas. Luce más el puente  con un buen caudal corriendo bajo sus arcos. A lo lejos,  la sierra se debate entre el sol y la niebla, más cerca, los tesos de El Manco, Cantarinas, Pedrotello parecen prados asturianos, evitando que la lluvia arrastre la tierra. No suele bajar turbio el río, apenas en su recorrido hay tierras de cultivo.

Ya no hay ropa tendida en Las Tenerías. La vegetación crece a un ritmo descontrolado, hasta los olmos del experimento tienen ya un buen porte. Al salir del paso de la autovía, el paisaje resulta un tanto desconocido, la última chopera que quedaba ha desaparecido. La fábrica de La Moretona de repente ha quedado al descubierto. Cómo influyen en el paisaje los árboles.

La mayoría de las huertas de Santa Cruz dejaron hace tiempo de producir hortalizas, hoy algunas esperan comprador, en otras pastan ovejas y el resto son pastizales de hierba con gordolobos secos que certifican su abandono. La única que aún está cultivada ya tiene los surcos preparados para la plantación. Las berzas que quedaban se han salido y han florecido. Estamos a finales de marzo. Un mes que se ha saltado bastante su programación. Hace años el aire cierzo oreaba la tierra para poder prepararla para las sementeras de patatas, maíz, alfalfa, legumbres, hortalizas….Este año habría sido complicado realizar esas labores.

“Si marzo mayea, mayo marcea”, dice un refrán que según mi padre solía cumplirse. Esperemos que no lo haga este año, pues se llevaría por delante muchas cosechas y habría que ponerse a resguardo del cierzo en la solana de la leñera.

Viendo lo que queda de la alameda de la Moretona, hay que hacer un esfuerzo memorístico para encajar aquel tiempo no muy lejano en el que todos los domingos del verano bajábamos a comer la tortilla en esta zona, hoy llena de ramas y tocones demasiado altos. El río se cuela entre sauces que crecen a ritmo trepidante dejando sin cauce al río. Un placer recorrer estos días este camino, con sol, viento, lluvia, frío…siempre es especial.

UN ENCUENTRO EMOTIVO EN EL CENTRO DE LA CAPITAL

Organizamos un encuentro en Madrid casi de un día para otro. Salimos de distintos puntos para encontrarnos en pleno centro de la capital. Circulando por la autovía, una vez que salimos del túnel, todos los coches parecían ir al mismo encuentro que íbamos nosotros, pues no hubo forma de desprendernos de los coches hasta que lo dejamos aparcado.

Antes de llegar a ese punto, habíamos podido disfrutar del paisaje, especialmente de Gredos totalmente cubierto de nieve, daba la impresión de que un artista había tenido el capricho de envolver la sierra con una tela blanca inmaculada. A partir del túnel, todos los ojos son pocos para seguir la ruta que te llevará a otro de mayor complejidad. Acertamos con la salida buena. Ante nosotros apareció un territorio conocido, por el que rápidamente alcanzamos la estación de Atocha con mucha carga emotiva. El día anterior se habían cumplido 20 años del brutal atentado que nos heló el corazón aquel viernes lluvioso cuando estábamos preparando el equipaje para ir al colegio.

El paso del tiempo se está acelerando a un ritmo de vértigo. Parece que fue ayer cuando el patio del colegio enmudeció para solidarizarse con las víctimas del atentado, un silencio de 400 niños es para poner los pelos de punta hasta al más frío de sentimientos. A pesar de los años, hay todavía muchas heridas abiertas que será difícil que cicatricen. Solo hay que ver estos días las posturas de políticos, periodistas que no son capaces de reconocer sus errores.

Nada más echar a andar, una marabunta de gente invade las aceras, la mayoría tiene prisa, parecen moverse sin rumbo. Por la calzada los coches suben y bajan, también llevando gente, pues casi todos son taxis. Estamos en pleno centro de Madrid, el Madrid de los museos, del poder político, económico, militar…Va aumentando el número de turistas a medida que nos vamos acercando a La Cibeles, uno de los cuellos de botella que tiene la ciudad. Sorprende cómo se mueven riadas humanas en todas las direcciones sin choques significativos, especialmente cuando salen del metro en estampida.

Habíamos quedado en Recoletos con el resto del grupo. Un encuentro muy emotivo que se iría regando a medida que pasaron las horas. Teníamos un buen programa. Un café siempre anima, especialmente si has madrugado. En torno a una mesa saboreando el café comenzamos a poner en común nuestras medallas conseguidas a fuerza de seguir viviendo, achaques por aquí, achaques por allá…pero en general, los diez del grupo hasta ahora, progresamos positivamente por la vida. No puedo menos de recordar a Julia y Ana, seguro que habrían estado aquí. Su tiempo se le acabó demasiado pronto. Seguimos gestionando su ausencia, a pesar de que necesitamos mejorar bastante.

Las escapadas a Madrid deben tener un tiempo para la cultura. Esta vez elegimos a Chagall y a Strömhom. Conseguimos entradas a primera hora de la tarde. Con ellas en el bolsillo, caminamos, hacía un día primaveral. Con el ayuntamiento como decorado de fondo, nos hicimos una foto. Dentro de la vorágine del mediodía, nos dejamos llevar calle Alcalá arriba hasta el territorio donde navegan los ricos. Un mundo de lujo que cuesta casi entender que pueda existir. Cuesta creer que haya personas que se gasten un dineral para estar felices y seguir sin serlo. Una antigua sede de un banco transformada en hotel y centro comercial. No es buena zona para mendigar, uno que vimos, estaba completamente ignorado.

Comimos en el Círculo de Bellas Artes para celebrar el salto de escalón en el camino de Pepi. Una mesa enorme circular colocada en medio del comedor nos convirtió en los protagonistas de la velada. Con el paso de los años, la vida te va poniendo peajes que tienes que afrontar si quieres seguir viviendo. Somos afortunados pues a pesar de ello, todos tenemos buena calidad de vida, no estamos en la dura etapa que comentaba días después Millás. Sentados todos alrededor de la gran mesa, las ausencias eran más significativas.

Llegamos con el tiempo justo para entrar a ver las exposiciones. Un buen postre. Disfrutar de una completa exposición de Chagall, un artista que no te deja indiferente, es un lujo. Con una vida muy compleja, donde los judíos no podían faltar, como en tantos momentos de la historia, el artista a base del color, de la creatividad, la imaginación intenta escribir un canto a la libertad. En la otra exposición pudimos contemplar fotografías del sueco Strömholm, viajero empedernido que con cámara intentaba fotografiar la experiencia ajena, un objetivo muy difícil para él.

Terminamos todos sentados en la terraza del café Gijón, donde llevados por sus connotaciones, nos lanzamos a una animada tertulia sobre lo divino y lo humano. Como no podía ser de otra manera, se coló la amnistía, dentro de otra serie de temas, en los que la nostalgia cada vez se hace más recurrente. Esto le suele pasar bastante últimamente a Manuel Vicent, un tertuliano habitual de este espacio.

Mantener una actitud flexible, conlleva un ejercicio importante de equilibrio para adaptarse a tantos cambios que nos ha tocado vivir, fundamental para no quedarte en fuera de juego, a pesar de que a veces sea complicado. Esto podría ser un pequeño resumen de todo lo que comentamos. Almeida y sus guardaespaldas interrumpieron la tertulia. Parecía preocupado viéndolo gesticular con el móvil, un nuevo caso de corrupción se había colado en el enfangado escenario político.

Llegamos a la Plaza de Cibeles antes de despedirnos. A esa hora riadas humanas se movían de un lado para otro. No pude de menos de pensar en el conflicto de judíos y palestinos. Sorprende cómo la sociedad está anestesiada ante tanta masacre. Las manifestaciones kilométricas de NO A LA GUERRA sobrevuelan los recuerdos: ¿por qué ahora no? Cuesta digerir muchas cosas.

Al bajar por Atocha, el cielo rojo de Madrid se colaba hacia el oeste. Ya bien entrada la noche, salimos en dirección a Salamanca. Un bonito día, muy completo, a pesar de que nos faltó el partido de tenis con Ángel en Moratalaz. Siempre nos quedará nuestra pista de la carretera de Ivanrey. La semana que viene nos veremos las caras.

A LAGUNILLA, SIGUIENDO LA CORRIENTE DEL CUERPO DE HOMBRE

Una lanza envenenada alcanzó el tendón de Aquiles, su punto débil, muriendo en plena batalla. Una carrera en busca de una pelota jugando al tenis, dejó al mío maltrecho y le cuesta recuperarse. Teníamos ganas de caminar por la naturaleza para comprobar los progresos del tendón, así que madrugamos para que el sol ya nos pillara de camino, regalándonos un amanecer espectacular. Para completar el cuadro, bandadas de grullas cruzaban de este a oeste nuestro campo visual.

Una primavera adelantada campeaba al pasar por Peñacaballera, parecía que estábamos en abril cuando en realidad comenzábamos febrero. Al iniciar la ruta cruzamos el puente de Montemayor, con vistas impresionantes al pueblo, no pude menos de acordarme del Río del olvido, de Julio Llamazares, pues íbamos a recorrer parte del curso del Cuerpo de Hombre, un río que atesora muchas historias de carreteros, segadores, vendimiadores, afiladores, vendedores, mendigos… como el Cureño de tierras leonesas.

Bajaba un caudal imponente, un río que más de una vez hemos visto comenzar su recorrido y que en pocos kilómetros ha recogido gran cantidad de agua que  llevará al Alagón para que la baje a Extremadura, un buen regalo en estos tiempos que corren. Teníamos los tres ganas de ruta, por lo que cogimos la carretera adelante, saltándonos el cruce que llevaba hasta el río. Rectificamos campo a través, pisando un mullico de hojarasca de los castaños que nos ayudó pronto a deshacer el entuerto, volvíamos al Camino del Vado de las Carretas.

Bajaban los torrentes crecidos, inundando el camino, por lo que tuvimos que echar mano del ingenio para ir superándolos, algún susto se llevó Julio al hacerse un lío con las zarzas, perder el gorro y desequilibrase en un puente improvisado. Hay que ver cómo las zarzas siempre están en estado de alarma, a la menor que te despistas, te cazan con sus garras.

Estaban los prados verdes con vacas pastando hierba fresca aún recubierta por la escarcha de la noche. Prados verdes, río corriendo con agua limpia marcando su sinfonía, cielo azul con pinceladas blancas, cerros ajedrezados de distintos tonos…qué más se puede pedir a un cuadro costumbrista. Tal vez muchos que transitaron por estos caminos para ganarse la vida no le vagaba percatarse de esta belleza. Somos tres afortunados que tenemos todo el día para caminar ligeros de equipaje, con todo el día por delante.

Hay momentos que el río alcanza velocidad de crucero, entonando una melodía que inunda el valle.También las aves sienten en su plumaje el adelanto primaveral, sus cantos expresan una alegría desbocada, sienten que lo duro del invierno ha pasado. Lo malo es que no tardará en volver el frío helador. El musgo le sienta bien a los cercados de piedra, una cubierta esponjosa de un verde intenso, también a los troncos hacen buenas migas con él.

Dejamos el río camino de Valdelageve, girando a la izquierda por una pista que no tenía mucho encanto, pues los castaños y los robles que poco a poco se iban colando, en esta época no tienen demasiado atractivo en las alturas. Más de una vez nos tentó la idea de atrochar para darle una dentellada a la pista, pero la prudencia de Julio nos mantuvo en ella. Al llegar arriba, la cosa cambia, las vistas comienzan a ser interesantes, las montañas hacen acto de presencia.

Montañas de troncos perfectamente colocados forman una preciosa imagen me hacen reflexionar sobre la inagotable belleza de la naturaleza, aún después de muerta. Comienzan a aparecer prados a una orilla del camino, los prados sin ganado quedan un poco desvirtuados. En cambio, para compensar, más de uno atesora  castaños centenarios con muy buena salud.

En la otra orilla una sorpresa, un cartel anuncia agricultura ecológica en Lagunilla, un recibimiento un tanto especial, que en ese punto bastante alejado de los círculos de poder se desarrollen proyectos de innovación, dice mucho este pueblo que nos sorprendió gratamente. Los cercados de piedra poco a poco fueron desapareciendo, ganando terreno las zarzas, palets, somieres, que las lluvias torrenciales de los últimos días había derribado fácilmente. Cuando la sierra de Béjar, con poca nieve en las cumbres, aparece ante nuestros ojos, alcanzamos Lagunilla.

Entramos en el pueblo por la carretera que viene de El Cerro, un balcón para divisar la montaña, donde destaca El Pinajarro, ya en tierras extremeñas. Sorprende la amplitud de la vía, una ancha avenida con el cuartel de la Guardia Civil recibiendo a los que llegan. Qué poco pensaron en integrar al cuerpo en la vida de pueblos y ciudades, al construir los cuarteles en las afueras. Tendría su explicación, pero de integrar poca.

En los años setenta Lagunilla, junto con Valdelageve, El Cerrro y Valdelamatanza eran la oveja negra de los destinos que podían adjudicar a los maestros. Caminando por sus calles poco dicen de esa leyenda negra, empezando por el colegio que tienen, el antiguo palacio episcopal, el hospital, las casas señoriales y sobre todo que se mantiene abierto diciendo mucho de la vida del pueblo. Se ve que aún hoy tiene actividad, bares, restaurantes, almazara, tiendas,.casas rurales están abiertas cuando en otros pueblos  hace tiempo que echaron el cierre. Nos lo explicó muy bien una vecina que me dijo encarecidamente que no apareciese su nombre. Se lo merecía por la defensa tan brillante que hizo de su pueblo cuando volvía del paseo.

Comimos los bocatas sentados en los poyos de unas casas en la carretera de Valdelageve, viendo pasar el día a día de un pueblo bastante alejado de los grandes núcleos urbanos, pero que se ha sabido buscar la vida para mantener su actividad. Una lección en estos tiempos de tantos retrocesos en el mundo rural.

Regresamos caminando hacia el este hasta toparnos con un pariente mío, impresionante, al que di un sentido abrazo. Las vistas de la sierra eran espectaculares. También mereció la pena la clase que nos dio Julio ejerciendo de zahorí, buen profesor ejerciendo ante alumnos un tanto incrédulos. Nos colamos en el bosque por un robledal reconvertido en área recreativa, bajando por caminos o atrochando buscando las mejores curvas de nivel que nos llevarían hasta Montemayor. 23 kilómetros que pasaron cierta factura al tendón.

UN VIAJE A GRAN CANARIA 50 AÑOS DESPUÉS.Primera parte

La mayoría de los viajes se recuerdan por pequeñas pinceladas que te dejaron una marca emocional que te acompañará siempre. Se cumplen ahora 50 años de aquel viaje de estudios a las islas Canarias cuyo brochazo fue un olor a bodega de barco que aún podría describir. Nada que ver con el viaje realizado a comienzos de febrero, donde el clima de la isla nos permitió disfrutar una semana de un entorno de muchos quilates.
Los viajes siempre empiezan cuando decides hacerlos. Programar y organizar un viaje tiene su intríngulis, son muchas piezas las que hay que encajar, pero es una satisfacción ver cómo van encajando todas para llevarte al destino. Madrugamos para coger el Alvia a Madrid que en poco tiempo te lleva a Chamartín, donde el Cercanías te deja en la T4. Un complejo entramado ferroviario que funciona a la perfección, menos cuando no funciona por causas mayores. ¡Cuánto hemos cambiado estos cincuenta años! Aún vivía Franco cuando hicimos aquel viaje épico.
Una aventura que comenzamos una noche primaveral subidos en un autobús acostumbrado a hacer la línea de los pueblos de la Sierra de Gata y tener que llevarnos a Cádiz por aquellas carreteras interminables le supuso un auténtico drama y más de una parada forzosa para reponerse. La ilusión del viaje y la juventud fueron la mejor gasolina para recorrer el largo trayecto.
También en la T4 hay que realizar largos trayectos, caminando, leyendo, tirando de la orientación espacial para llegar primero al control policial, donde te desnudan de todo lo que ellos consideran que puede ser peligroso. Un espectáculo ver a tanta gente actuar con el mismo guión, buscando la bandeja para dejar todo aquello que no te permiten pasar bajo el arco examinador. También ha cambiado este trámite con los años. Entonces, la superiora responsable del grupo de estudiantes nos aleccionó, especialmente a la vuelta de que no intentásemos colar nada, exagerando la dureza policial. Como buenos alumnos pasamos tabaco, gafas, máquinas de fotos..todo permitido, menos ella que fue retenida por intentar hacer trampa con una máquina de escribir.
Entonces tardamos dos días y dos noches metidos en un barco mareante, subiendo y bajando escaleras, divisando el inmenso océano sin avistar tierra por ningún punto cardinal. En cambio, el avión todo lo acorta, lo simplifica, en poco más de dos horas nos plantamos en Gran Canaria. Sobrevolando la península, se disfruta de un paisaje espectacular, parcelas de polígonos irregulares tejiendo la piel de toro. Poca nieve en las cumbres, mucha agua en el sur entre los pueblos blancos. Salimos por el cabo de San Vicente, perfectamente visible desde las alturas, para adentrarnos en el océano.
Cuando se coló por la ventana el gris volcánico, estábamos a punto de aterrizar. Muchos aviones entran y salen de la isla cada día. Está claro que el destino elegido tenía un plus de garantía, el paisaje, los pueblos, las playas, el clima y especialmente el trato humano de los canarios hacen un cóctel que sorbo tras sorbo te engancha y de qué manera.
Al llegar se gana una hora, un crédito especial para amortizar el tiempo del viaje. En barco por mucho que cambies el reloj, poco amortizas, sólo pensábamos cómo dejar de dar vueltas a la cabeza y desprendernos del mareo. Subidos en una moderna guagua, tomamos contacto con la isla recorriendo el trayecto desde el aeropuerto a la estación de Santa Catalina. Cuántos cambios en estos cincuenta años, la especie invasora de la construcción ha colonizado todo el recorrido, la autovía, único espacio que se ha librado del ladrillo, luce a todas horas una impresionante caravana de vehículos. Una imagen que no dice nada de la isla.
Quizás sean los paseos marítimos, integrar el mar a las ciudades, el cambio más importante de las ciudades costeras en España. Desde la guagua, se contempla una espectacular vista del puerto deportivo y el otro puerto donde todos los días descansaban enormes cruceros, y buques con cientos de contenedores, que cuesta creer que puedan flotar según el principio de Arquímedes. La estación de guaguas de Santa Catalina está justo al lado del Puerto de Luz donde al fin llegamos aquel marzo de 1974, después de una aventura donde invertimos el dinero obtenido a base de mucha imaginación, incluidos desfiles de ropa. Nada que ver este espacio, ahora presidido por el Centro Comercial El Muelle y el Poema del Mar, con el que nos encontramos, un tanto desangelado, que daba vueltas igual que el barco.
Esta vez al pisar tierra no tuvimos sensación de mareo, caminamos por la calle Nicolás Estévanez que nos llevó hasta la playa de Las Canteras, muy cerca de apartamento donde estuvimos alojados una semana. El primer contacto con la ciudad, también me trajo a la memoria aquella ciudad que recuerdo de aquel viaje. Ya no quedan tiendas de pequeños electrodomésticos, casettes, aparatos de radio, cámaras fotográficas, bebidas que monopolizaban las calles, de las que ahora se han adueñado los apartamentos turísticos, restaurantes, supermercados Las que siguen, me imagino que un poco más altas, son las palmeras, árboles especiales que transmiten muchas emociones. Su tronco erecto sin ramas, coronado por un penacho que busca alcanzar el cielo azul, no deja indiferente a nadie, lo mismo que los dragos auténticos monumentos naturales.
El primer día, recorrimos caminando de norte a sur la ciudad, una ciudad que ha crecido exponencialmente, engullendo los cerros, ahora cubiertos de edificaciones de colores diversos, que vistos desde la catedral dejan una imagen modernista. Durante el largo camino, no pude menos de intentar encanjar los dos viajes, especialmente los espacios por los que estuvimos. La residencia donde nos alojamos debía estar cerca del pueblo canario, no muy lejos del estadio Insular donde fuimos a ver Las Palmas -Real Madrid. Un Madrid en el que jugaban entre otros Pirri, Amancio, Grosso, del Bosque y perdieron 1-0. El desaparecido estadio se ha transformado en un parque, conservando una de sus fachadas.
Es una zona de la ciudad llena de encanto, casas ajardinadas con sus palmeras y buganvillas, palacetes modernistas , el parque Doramas y el hotel Santa Catalina y flores, muchas flores… Un espacio por el los que no disponíamos de muchos recursos económicos nos dedicamos a patear aquellos días, una actividad interesante y gratuita. El parque San Telmo con su kiosko-bar coqueto es un espacio ideal para hacer un alto en el camino, antes de pasear por Triana, calle modernista donde la gente se sienta a ver pasar la ciudad.
Como suelo hacer en las ciudades costeras, intenté ver los atardeceres y amaneceres, una oportunidad doble que en pocas ciudades se pueden disfrutar. Madrugué más de un día, pero no conseguí ver amanecer, las nubes siempre madrugaban más que el sol. Pero sí me permitió contemplar otra realidad de la vida de la ciudad. Gente muy variopinta era protagonista, a veces solitaria ante el mar, antes de que llegase la marabunta. Gente tranquila, que transmitía seguridad, muy distinta la sensación que nos transmitieron en aquel viaje de los peligros de andar de noche, tal vez la situación en El Sahara se notase.
Unos peligros que se borraron cuando al llegar tarde a la residencia nos mandaron a unos cuantos a batallar con los peligros de la noche. Subidos en una guagua que en aquel momento hacía honor a su significado de poco valor, deambulamos por toda la ciudad dando saltos, imposible de dormir. Pero conseguimos escapar de los peligros.
Modernos paneles informativos anunciaban por toda la ciudad los carnavales. Una cosa es la información y otra la realidad, trabajo nos costó ver un desfile. El carnaval se desarrolla en La Isleta, al norte de la ciudad, donde lo han desplazado del parque de Santa Catalina, donde se proyecta una estación de metro-guagua, una auténtica novedad. Al parque debía llegar la cabalgata infantil, el día que nos despedíamos de la ciudad, pero los canarios, será porque van con una hora de retraso, se lo toman con calma. Habían pasado tres cuartos de hora del horario oficial y no era cuestión de perder el avión.

Frutería en Vegueta
Carnaval en Las Canteras

DANDO UNA VUELTA AL MOLINILLO

(A Charo Barrigón que ejerció de maestra por estas tierras)

Estaba ya la primavera bien instalada cuando llegamos a Molinillo, un pueblo perdido en un espacio identificado como Entresierras al que llegamos circulando por carreteras secundarias desde Guijuelo. Unas carreteras que en primavera son auténticas joyas para disfrutarlas, vacas pastando en prados centenarios que resisten la desbandada de la España rural.

Sorprende este pueblo, tanto por su situación privilegiada encaramado en lo alto de un valle, con unas vistas interesantes y por otro lado por lo bien que resiste el paso del tiempo, una mayoría de casas arregladas, casas encaladas de las que cuelgan gitanillas en flor, flores engalanando calles y un centro cívico que atiende una vecina, que lo abre para permitirnos tomar una cerveza al terminar la ruta.

Comenzamos la ruta lanzándonos cuesta abajo en busca del río por una cómoda pista que permitía ver el valle perfectamente adornado con los aditamentos propios de la primavera. Las hojas de los madroños brillaban con los primeros rayos de la mañana protegiendo los racimos de pequeñas flores. A lo lejos la sierra majestuosa exhibía su extensión bajo un cielo enmarañado por el que se colaba fácilmente el sol. Las escasas lluvias primaverales habían alimentado el cauce del Sangusín formando remansos y pequeñas cascadas sonoras de agua transparente.

En la umbría el musgo colonizaba los troncos de los robles vistiéndolos de un verdor intenso, por el cielo sobrevolaba algún que otro buitre buscando comida y más de un avión llevando gente dispuesta a comerse el mundo.

Prometía el día para realizar una ruta de 21 km, recorriendo valles y cerros para dominar buenas vistas de un paisaje maravilloso, olvidado, donde el silencio se fue haciendo cada vez más grande hasta llegar a Pinedas. De las pistas se aburre el más pintado después de un tiempo y no dejan de ser cicatrices en el paisaje que  dejan herido.  Por ello a la menor ocasión las abandonamos, lanzándonos a la aventura en busca de senderos, muchos medio abandonados pero que tienen bastante más encanto.

Pronto nos topamos con prados tapiados con cercados de piedra donde pastaban reses de todos los colores, atareadas como estaban dando cuenta del menú herbáceo, pasamos sin problemas entre ellas antes de saltar el cercado para dar con una camino precioso que nos subiría en volandas hasta Pinedas. Olores de jaras, cantueso, espino inundaban el recorrido, umbelas amarillas hacían las veces de farolas para que no faltase nada en un escenario precioso. En esas condiciones llegar hasta el pueblo fue coser y cantar.

El mayor atractivo de este pueblo serrano es el gran balcón desde el que se domina toda la sierra de Francia, la sierra de Béjar, el Pico Cervero, valles y cerros de una extensión impresionante. El día que llegamos era día de mercado, el supermercado ambulante instalado en la plaza sacó a los pocos vecinos, todos ya entrados en años, de sus casas para hacer la compra. Un enorme pilón-abrevadero estaba rebosante como el enorme árbol sin niños que le molesten ha crecido desbocado a la entrada de la antigua escuela, donde hace años impartió clases nuestra amiga Charo. Puede que alguna vecina recibiese sus clases, seguro que el vendedor no las engaña, estoy seguro que recibieron buenas estrategias matemáticas de su maestra.

Un panel narra la preciosa historia de Hortensia y Kiko, vendedora de todo lo que podía ella, cazador él, enamorados los dos hasta las entrañas que murieron en el Alagón arrastrados por la corriente hasta las Hurdes. Un resbalón de Hortensia en la pasadera, fue el culpable de que la bella historia de amor no tuviese un final feliz. Corría el año 1.940.

Bajamos por un camino encementado donde algunos huertos sobrevivían entre tanto abandono. Una llamada de teléfono provocaría un hondo bache en el camino, motivo por el que esta ruta ha permanecido junto con alguna otra guardada en el cajón. Las pistas no son el mejor escenario para caminantes que buscan exprimir los encantos del paisaje, pero a veces no queda más remedio que utilizarlas para avanzar hacia la meta marcada.

Una vegetación desbocada cubría la ladera del valle, las hojas reflejaban la luz del mediodía antes de alcanzar la orilla del río donde pastaban bastantes vacas, algunas ya buscaban el rodeo. Fue complicado encontrar la senda que nos llevaría a vadear el Alagón, un río que acusaba una primavera con lluvias escasas, donde la hierba lagunera tapizaba el cauce que sorteaba las piedras sin aristas por las que dando saltos llegamos a la otra orilla.

Buen lugar para reponer fuerzas, para refrescar nuestros neumáticos, para contemplar los estragos de la fuerza del agua en las rocas y especialmente en las ramas, obras de arte con una fuerza especial. Un poco más abajo el agua se precipita hacia barrancas y desfiladeros adquiriendo una velocidad endiablada, componiendo un espectáculo sobrecogedor con sonido incluido. No puedo menos de pensar en los dos enamorados y en el resbalón de Hortensia.

Alcanzar la cumbre de la ladera opuesta supuso un exigente ejercicio de rastrear como si fuésemos animales que huyen en una batida, derecha, izquierda, topar con el sedero sin salida y vuelta a empezar. Al final lo conseguimos, mereció la pena, pues las vistas de la sierra eran espectaculares. Caminamos por caminos entre viñedos y olivos bien labrados, caminos que discurren entre parcelas tapiadas con cercados de piedra. Al alcanzar la carretera aparecieron los cerezos, donde algunas cerezas ya exhibían su rojo tentador, que no pudimos resistir.

Sin darnos cuenta habíamos dado la vuelta al Molinillo, una ruta de sube y baja llena de agradables sorpresas.

MI MADRE HOY HABRÍA CUMPLIDO CIEN AÑOS

Estaba disfrutando de su jubilación, de vivir en la ciudad y haber dejado atrás su casa de la huerta y especialmente la soledad. No tuvo problemas de adaptación a vivir en su piso, acompañada de Tere, persona de carácter especial con la que pronto encajó perfectamente. Tardes de paseo con su querida hermana Andrea por la Glorieta, todo controlado hasta que una extraña infección le fue complicando y de qué manera su salud, consiguiendo que se marchara muy pronto.

Su carácter bondadoso hizo de barrera para no darse cuenta de que su salud estaba empeorando, tampoco nosotros que no veíamos un final tan rápido como el que tuvo. Su mente estuvo lúcida hasta el final, dando siempre consejos espacialmente para atender a mi padre. Así era mi madre, una persona especial que le tocó bregar mucho para sacarnos adelante, con una enfermedad que le sorprendió muy joven y que le condicionaría bastante su vida.

Hoy hace 100 años que nació en la finca de Robliza, la segunda hija de una familia numerosa, de mayoría de mujeres. Allí, rodeada de familiares, fue creciendo, desplazándose hasta La Encina para ir a la escuela, subida en la burra por los valles de Melimbrazo sin importar el tiempo que hiciese, para aprender unos conocimientos básicos que le permitirían desenvolverse sin problemas por la vida.

Mucho mérito tenían entonces maestros y alumnos para conseguir unos objetivos en unas condiciones y un entorno complicado. Debió ser mi madre una excelente alumna, una alumna que a todos los maestros nos encanta tener, a juzgar por como hablaba de los escasos cuatro años que fue a la escuela. Métodos innovadores, mucha empatía de la maestra con sus alumnas, se notaba que pertenecía a las misiones pedagógicas. Maestros y maestras republicanas dieron lecciones magistrales de pedagogía. Después ejercería de maestra enseñándonos a leer, aún recuerdo la primera cartilla de las vocales, el Nosotros, El Para mi hijo, los primeros libros de lectura.

Pasado los años, se marchó a la ciudad para completar su formación en las tareas del hogar, que pronto tuvo oportunidad poner en práctica al conocer a mi padre y casarse a los 24 años, edad que ahora llama la atención.

Es difícil escribir sobre alguien tan importante en tu vida como una madre, pero una vez tomada la decisión lo más relevante de su carácter fue su enorme bondad y dulzura, pocas veces la vi enfadarse, protestar y mira que tuvo motivos en épocas complicadas. Tenía dedicación exclusiva las 24 horas del día, siempre con el delantal puesto, pues desde la mañana cocinar era prioritario, había que alimentar muchas bocas, no solo de la familia, también criados, temporeros de la siega, la trilla, recogida de las patatas….e invitados familiares de Madrid que tenían reservadas las exquisiteces del cerdo.

Muchos recuerdos me vienen a la memoria relacionados con la cocina,con el calendario y con los días especiales, aquellos que rompían la monotonía. Era todo un acontecimiento la elaboración de los dulces, magdalenas, galletas de nata, mantecados, perronillas, chicharros, primero en casa hasta que dejó de funcionar el horno (también hacían el pan), después en casa de mi abuela donde preparaban la masa, ( qué olores) y ponían en bandejas de lata para llevarlas a la panadería de Benito Paniagua.

Es fácil mezclar recuerdos echando mano de la nostalgia, lo que hace una madre es difícil de pasar a un papel. Ella siempre pendiente de toda la organización doméstica, que en aquellos tiempos recaía todo en ella y para más inri, el mundo machista de aquella época, no se lo reconocía lo suficiente. Entregada en cuerpo y alma a su tarea, su talante todo lo llenaba, pocas veces la vi enfadarse, su pedagogía funcionaba. Su ingreso en el Hospital San Carlos de Madrid nos dejó huérfanos un tiempo, que para mí fue un túnel oscuro por el que más de una vez he vuelto a pasar en sueños.

Cuando se acercaba el comienzo de curso, nos llevaba a las costureras para que nos hiciesen los pantalones del jato nuevo. Aún podría identificar el olor de aquella casa de la calle El Sepulcro donde vivían tres hermanas rodeadas de telas, patrones, metros, hilos. Con el metro de costurera nos tomaban medidas, después había que hacer la prueba de los pantalones cogidos con alfileres.

Cómo disfrutaba a lo largo del curso cuando llevábamos las notas, valoraba mucho nuestro esfuerzo en los estudios, siempre nos apoyaba y se interesaba por los trabajos, los exámenes. Disfrutó especialmente de los aprobados de las oposiciones de los cuatro hermanos, mi padre era bastante más frío, lo consideraba una obligación el aprobar, en cambio ella valoraba más nuestro esfuerzo de trabajar y estudiar a la vez.

Su marcha tan pronto, no le permitiría muchas alegrías familiares, los estudios y trabajos de sus nietos, dos de ellos no llegó a conocerlos, como tampoco a todos bisnietos. Por otra parte, evitó malos momentos vividos en la familia. Aferrada la mayor parte del tiempo a la huerta, la llegada del martes, suponía romper la rutina. Subida en la burra llevaba en las alforjas huevos, alubias, garbanzos, judías verdes, ciruelas… que canjeaba en la tienda de Esther Plaza en La Colada por azúcar, conservas, bacalao,  Todo sería más fácil a partir de la llegada del Renault 4. Tuvo que viajar bastante para acudir a las consultas médicas, por lo que los viajes durante un tiempo no eran santos de su devoción. Una percepción que cambió a medida que fue viajando para visitar a los hijos.Recuerdo especialmente la primera vez que fue a Matalascañas chapoteando en el agua con su querida comadre Mari.

Disfrutaba de la casa, de las reuniones familiares, especialmente de la Navidad. Era el momento de sacar la enorme cazuela de porcelana y guisar el cabrito a fuego lento, tardes enteras cociendo en la lumbre baja en las trébedes Una exquisitez. La televisión supuso para ella una compañía importante, ella que pasaba tantas horas sola, aunque intentábamos turnarnos para hacerle compañía, especialmente cuando iba a lavar la ropa al regato. La sigo viendo arrodillada en la banca de madera que le hacía mi padre, frota que te frota en el lavadero, utilizando el jabón que hacía con el tocino que se ponía rancio.

Un jabón que no le ponía al médico y al veterinario cuando terminaban de hacer su trabajo. Le tenía preparada la toalla blanca y el jabón Heno de Pravia en el palanganero. Siempre pendiente de todo.

Jugar a las cartas le encantaba, lo mismo que las películas de cine de barrio, unas películas que reflejaban una realidad que a veces tenía relación con la vida que le tocó llevar. Una vida sencilla, pero llena de mucho mérito, educar a cuatro hijos en un entorno duro, ella siempre fue un libro abierto, nuestra cara amable.

LAS BARRANCAS DE BURUJÓN

A veces cuando viajas, es bueno dejarte llevar por los consejos de la gente del lugar, rompiendo en cierta medida tu programación. Nos ocurrió después de haber disfrutado intensamente de la ciudad de Toledo. Mucho arte, riadas humanas desplazándose de un lado a otro como serpientes que les faltaba aire por callejuelas estrechas.

El siguiente destino al salir de Toledo era Talavera de la Reina, pero al enterarnos de las Barrancas, decidimos modificar la ruta y acercarnos a ellas. Todo un acierto. Viajando por estas tierras, que debió patear bien Fernando de Rojas, abundan las llanuras que recorren lentamente el Tajo, pequeños cerros y altozanos coronados por olivos. Por momentos, se hace difícil pensar que en ese entorno pueda aparecer un paisaje sobrecogedor.

Un pequeño desvío en la carretera anuncia Las Barrancas, casi pasa desapercibido. Un aparcamiento, un merendero y un bar reciben al viajero con el fin de ayudarle a programar su estancia en un territorio alejado del mundanal ruido. Una vez servidos, después de una larga espera, dimos buena cuenta del pisto manchego y unas migas sabrosas, que nos permitieron afrontar sin problema la pequeña ruta.

Una pista transitable para vehículos agrícolas sube lentamente por las laderas de los cerros, donde los olivos, algunos centenarios, aún exhiben su cosecha. Aceitunas que no han conseguido aún engordar, quizás estén a la espera de las lluvias de otoño para rellenarse. Era un día otoñal del mes de octubre, cuando el otoño ejerce de otoño, el sol aún calienta, parece estar despidiéndose después de poner a prueba a estas llanuras manchegas donde debe ser muy complicado sobrevivir en los meses de verano. Los árboles están desaparecidos.

Una vez alcanzada la cima, la sorpresa es mayúscula al acercarnos al primer mirador de las Barrancas. Un conglomerado de crestas y valles conviven en perfecta armonía, talladas por el cincel erosivo, han formado una obra de arte, dirigida por una mano ausente. A esa hora el sol de la tarde golpeaba con fuerza en las cumbres, por lo que el espectáculo aún era más bello.

Dicen los textos que hablan de este espacio increíble que si es el Cañón del Colorado en pequeño. Solemos tender a comparar, a crear competitividad donde es difícil que la haya. Creo que las Barrancas son las Barrancas y como tal hay disfrutarlas. Lo hicimos recorriendo la senda ecológica que te va llevando de mirador en mirador. Siempre con el Pico del Cambrón en lo más alto, un vigilante de todos los que van llegando.

El agua del Tajo es el perfecto complemento de este espacio lleno de encanto. Las caprichosas formas que ha modelado el relieve, parecen a veces grandes telas metidas en  escayola y que han formado olas que se han ido quedando rígidas. Arrugas bellas formando cárcavas de arcilla roja. En algunas, la vegetación ha ido colonizando las pequeñas crestas, plantas que aguantan la dureza del clima mediterráneo y hacen frente a la erosión, entre ellas el tomillo, el torvisco, la cornicabra, algún que otro enebro. Ni restos de los antiguos encinares toledanos Desde el mirador del Enebro, la vista del conjunto es espectacular, lo mismo que bordeando los barrancos teñidos de tonos rojizos, naranjas y ocres, conseguidos por la paleta del sol de la tarde. Para completar el cuadro, las aves suben y bajan, sobrevolando cárcavas y dorsales de filos cortantes, un espacio ideal para que aniden con tranquilidad.

Uno no puede menos de sorprenderse ante una obra de arte de muchos quilates, un trabajo maravilloso y armónico del viento y el agua al despeñarse hacia el Tajo. Bien merecen una parada las Barrancas.