UNA TETA DISPUTADA

Salíamos de Gilbuena buscando el mejor camino para llevarnos a Becedas, cuando casi de forma milagrosa nos tropezamos con uno de sus escasos habitantes. Una alegría dejar de mirar el mapa y poder cruzar unas palabras con una persona del lugar, no tiene color con el GPS o la aplicación que lleves. Tenía ganas de charlar, sus ochenta años le permitían tener un buen bagaje para sorprendernos, para dar opiniones acerca de cómo están los campos abandonados y cómo estuvieron en su día: “salían muchos vagones de patatas de estas tierras hoy pasto del ganado”. Esconden mucha ironía fina estos campesinos que muestran cuánto les cuesta entender que nos dediquemos a recorrer kilómetros por unos caminos que no pasa nadie, salvo el vehículo que reparte la comida al ganado.

Sus ganas de conversar se encendieron más cuando dijimos que veníamos de Medinilla y habíamos subido a La Teta. Saltó como un resorte para dejarnos bien claro que tal cumbre era propiedad de su pueblo, a pesar de que la actual alcaldesa había intentado apropiársela. Menos mal, que según parece más que nada por la edad, los habitantes de estos pueblos ya no están para muchas peleas y la cosa solo se quedó en eso: una provocación. Ahora que estamos todos sensibilizados ante la invasión de Ucrania, no se entendería que dos pueblos vecinos se enemistasen por La Teta, cualquier motivo es bueno para encender la discordia y como se ve las ansias anexionistas de Putin las comparten  por estos parajes.

Está esa cumbre caprichosa en una zona de entresierras en la provincia de Ávila, muy cerca del límite con Salamanca. Al salir, nos habíamos topado con un amanecer que te engrasa el día y de qué manera. Un cielo lleno de garabatos de cantidad de colores lo tapizaban  hacia el este, precisamente hacia donde nos dirigíamos, aunque antes debíamos ir rumbo al sur para contemplar la sierra de Béjar completamente blanca, milagro o alucinación. Al dejar la autovía, el ritmo del día se ralentiza en las carreteras de categorías inferiores, vacas en prados con cercados de piedra en un estado perfecto, otros recubiertos de zarzas que llevan trepando ni se sabe cuánto, robles desnudos que dan sensación de frío, cigüeñas portentosas que transportan enormes ramas para hacer los encofrados de sus nidos,…nada que ver con la autovía.

Y al llegar a Medinilla, por cierto un pueblo anunciado en todas las entradas con letreros azulejados, nos sorprende un impresionante nido de cigüeña en el campanario de la iglesia con una cierta inclinación que desde abajo da la sensación de que no está muy seguro. Como para no necesitar palos de gran tamaño para construir nidos de semejante envergadura.

Vayamos donde vayamos por estas tierras de Castilla y León, nadie hay a esas horas por las calles de los pueblos, tan solo los que atienden a las vacas los vemos pasar con las alpacas de heno. Los jubilados tienen todo el día por delante y a buen seguro que le quieren quitar un mordisco quedándose en la cama. Antes de empezar la caminata, echamos un vistazo a dos grabados egipcios realizados sobre dos grandes bloques de granito en lo que pudieron ser las eras de antaño, una bonita iniciativa el añadir un plus para los que nos acercamos a estos pueblos en son de aprendizaje cultural.

Hacia el este la Teta sobresalía al fondo de un valle por donde el camino, convertido en carretera rural te lleva a la otra ladera. No habíamos empezado a hincar el diente a los casi veinte kilómetros que teníamos por delante, cuando nos topamos con los efectos de un gran incendio que ha quedado gran parte de la sierra desnuda, con los enormes berruecos al descubierto, en posiciones de equilibrio inverosímiles. Son los escombros caídos del cielo como le parecían a Unamuno que veraneaba en Becedas, donde buscaba paz y tranquilidad paseando entre huertas y prados.

Como todo en esta vida, de todas las situaciones se puede sacar partido, nosotros lo tuvimos al poder contemplar una cierva saltando entre los berruecos como si estuviese actuando para los tres espectadores a los que con muy poco nos cautivaba. Pronto saldría, ahora sí un camino, para llevarnos a la cumbre. Corto pero matón, es la senda empinada que recuerda a esos puertos desconocidos que cada año sorprenden a los ciclistas en la Vuelta antes de cruzar la meta. Compensa como en todas las alturas alcanzar el pezón, después de trepar entre encinas y granito, una bonita composición del paisaje en la ladera que se salvó de ser abrasada, qué diferencia.

La llanura y la montaña, una imagen de muchos quilates, se mire por donde se mire, girando 360º .Gredos y la Sierra de Béjar mostraban su mejor traje, un blanco inmaculado que comprobaríamos in situ al final de la ruta. Mucha nieve en las cumbres, una alegría por lo que supone de reserva de agua, que llene el caudal del Tormes, el gran río de Gredos y ensanche aún más el pantano de Santa Teresa, un lago artificial que divisamos a lo lejos.

La bajada hacia Gilbuena tiene mucho encanto, entre robles y encinas, el camino va girando como una culebra en busca de su escondrijo, señalado con hitos y tablillas artesanas, es todo una combinación perfecta de armonía y respeto por el paisaje. Buen lugar para la reflexión y el descanso, muy aconsejable  para tantos personajes, especialmente dedicados a la política que se pasan la vida enfadados y protestando. Tuvo buena elección Santa Teresa al hacer también una parada por estas tierras en su viaje de Ávila a Alba de Tormes.

En Gilbuena tienen claro que son de Ávila y del partido del Barco, lo tienen escrito en una de sus calles, y que le vengan a decir a sus escasos habitantes que somos Europa, ni siquiera Castilla y León le hace cosquillas a esta gente. A pesar de no haber llovido mucho, el regato paralelo al camino bajaba agua cristalina, a veces inundando el camino lo que nos llevó a  un trabajo extra de equilibrio, intentando no achancar por la corriente. Ya estaban los jacintos en flor dándole a los prados un tono bucólico con el sonido cantarín de las pequeñas cascadas.

Más de un salto nos tocó dar para cruzar regatos de agua clara antes de cruzar Becedas camino de Neila de San Miguel, dejando a la izquierda San Bartolomé de Béjar, escondido entre prados con robles, chopos y castaños desnudos. Tiene Neila una iglesia con un campanario muy original, colocado en un enorme promontorio rocoso, una escalera muy repentina te asciende hasta él, como si subieras directamente a los cielos, subimos y bajamos recordando una pasarela de la moda.

Una vez más lancé a mis compañeros la idea de regresar ascendiendo las cumbres de la sierra que separan los dos valles, una vez más me quedé solo con la propuesta, por lo que nos dirigimos al merendero de la Ermita de la Fuente Santa. Subimos a la presidencia de una plaza de toros cuadrada donde comimos nuestros bocatas, con unas vistas a un paisaje quemado donde los berruecos seguían campeando como señas de identidad de estas tierras. Unas tierras que si no se actúa pronto, quedarán para disfrutarlas caminantes y nostálgicos poetas. Esperemos que no inviertan más en proyectos sin futuro, como la balconada de la plaza desde donde terminamos nuestra vuelta al ruedo un poco más adelante. Nos recibió a la entrada un potro que sigue esperando que le den trabajo. Tarea harto complicada.