EL FUEGO SE FRENÓ ANTE LA BELLEZA DE LAS BATUECAS

Asomó al valle a través de la Portilla de El Cid, justo detrás El Cabezo donde empezó aquel fatídico 11 de julio, pero milagrosamente después de bajar por la ladera hasta las puertas del convento e incluso cruzar el río, no pudo extender su lengua asesina valle arriba, habría sido una pérdida irreparable.

Cuando llegamos a primera hora al Portillo, se nos encogió el corazón al ver de frente las secuelas del incendio, pinos y matorral abrasados, una franja marrón en medio de tanto verde. Afortunadamente, a medida que caminamos, pudimos comprobar que el valle se había salvado.

Con una temperatura otoñal y un cielo enmarañado, sin dejar resquicios del azul que tanto me apasiona, iniciamos una ruta que nos había preparado mi amigo Manolo, un caramelo que nos había prometido cuando caminábamos por la otra ladera del valle allá por el mes de enero. (Por cierto que tiene un precioso blog donde ha hecho una entrada muy original con este texto)Al llegar al Portillo, el camino está escondido tras los pinos y la hojarasca, tan solo un pequeño hito delata la posibilidad de que sea un largo camino y sobre todo que esconda tantos tesoros.

Discurre el camino por la ladera norte del valle en un constante sube y baja, una especie de tobogán que tan pronto te sube hacia las cumbres como te baja hacia las profundidades del valle. Es un antiguo camino, ahora desbrozado y bien conservado que permite a los caminantes disfrutar de un paisaje de ensueño, muy propio de estar en Las Batuecas. ¿Para qué lo utilizarían hace años?

Una vez superado el impacto de ver los efectos del fuego, comenzamos a caminar hacia el oeste, alcanzando a dominar gran parte del recorrido, una amplia panorámica desde nuestro especial mirador, que a medida que nos movíamos, parecía viajar con nosotros. Enfrente aparecían de vez en cuando señales que dejó el fuego asomando sus narices, en su intento de colarse hacia el valle. En cambio más a lo lejos, el Rongiero nos muestra su peor cara, los tiznes del verano lo han pintado de negro.

Canchales formando caprichosas figuras, especialmente una mariposa, adornan la ladera por donde se divisa perfectamente el camino que recorrimos en enero, desde el que contemplamos el que ahora llevamos, picándonos la curiosidad de recorrerlo. Los buitres enseguida nos observan desde los roquedos más inaccesibles, Manolo con su sexto sentido para observar todo lo que se pueda, pronto localiza un halcón perfectamente camuflado en lo más alto de una cresta, haciéndolo confundir con un picacho.

Se ha recuperado el viejo camino que bordea como puede rocas y gargantas, entre encinas cubiertas de musgo, matorrales especialmente brezos algunos de ellos florecidos, de otros tan solo quedan sus cepas de formas retorcidas, materia prima de inspiración para los artistas. Entre rocas de formas increíbles, raíces talladas por la dureza del suelo, piedras caprichosamente coloreadas por los pigmentos minerales, troncos retorcidos por la fuerza de los vientos, no teníamos tiempo de observar tanta cantidad de estímulos visuales, todos de una gran belleza.

De vez en cuando rocas parecidas a farallones, se adentraban en el valle formando unos miradores de vértigo, eran paradas obligadas para contemplar un paisaje espectacular, donde los pliegues caprichosos, semicirculares, inclinados, son una de las señas de identidad más llamativas de ese paraíso geológico. Entre rocas, la Peña de El Huevo tiene su protagonismo, vista de cerca apenas guarda los contornos redondeados que exhibe desde la distancia, pero su porte es impresionante, una especie de grano que le ha salido a la cresta de la Sierra de la Alberca.

Al llegar, nos recibió un impresionante macho con una cornamenta espectacular que se pavoneó ante nosotros saltando de roca en roca hasta perderse por el horizonte camino del valle. Rodeamos la peña, avanzando hacia el oeste hasta que el precipicio nos hizo regresar buscando una salida para no correr ningún tipo de riesgos. Alcanzamos una pista donde nos encontramos con dos agentes medioambientales con los que no pudimos menos de comentar el fuego del verano.

Pronto dejamos la pista para iniciar un camino empinado que baja lo suyo bordeando la ladera, desde la distancia parecía un pequeño Cares. El camino bajaba en constante zig-zag, lo que evitaba resbalar lo menos posible al pisar piedras menudas. En ese momento comenzaban a dar señales de vida los buitres sobrevolando el cielo. Impresionante la cantidad de ellos posados en los roquedos perfectamente camuflados entre las rocas. Asustaba ver tanto buitres juntos, no se si habrá tanta comida para ellos, tal vez se esté desequilibrando el ecosistema.

Al fin apareció el escenario de la foto espectacular que nos había enseñado Manolo, situado en una curva del camino a orillas de un desfiladero, la realidad era muy distinta de la foto que ponía los pelos de punta. Lo que hace la ficción.

Una vez que posamos los tres para la posteridad, enfilamos la última parte del valle que nos llevaría a Los Puertitos, no sin antes dar el último empujón de subida. A la sombra de unos pinos, “octubre tiene r” y como siempre nos recuerda Antonio es peligroso tomar el sol directamente, al lado del chozo, repusimos fuerzas y cargamos combustible para aguantar los kilómetros que faltaban.

Nos acercamos al puerto de Monsagro para comprobar los efectos del fuego. El Rongiero y la sierra de la Granjera abrasados, parecían desubicados, nada que ver con la imagen que teníamos los tres de ese maravilloso paisaje. Parte del valle del Agadón está calcinado, una especie de lengua bajó ladera abajo, cruzando el río, para subir hasta la carretera, llegando al Copero, desde ahí, el fuego se desbocó alcanzando las puertas de Tenebrón y Diosleguarde. Con el corazón encogido nos dimos la vuelta, iniciando el regreso hacia La Alberca por una pista interminable que acaba a los pies de La Peña de Francia por donde nos cruzamos con ciclistas y gente mayor del pueblo que salen con frecuencia a caminar por esos pagos. AL llegar a la carretera, cogimos el camino que nos llevaría al pueblo, como siempre los caminos son bastante más entretenidos. Algunos helechos estaban otoñales, dando un tono espectacular a la caída de la tarde ente pinos Valsain. Huertos y prados verdes donde caballos se saciaban de hierba fresca, gente del pueblo que salía a correr. Un final entretenido para terminar los 24 km. Pusimos punto final al maravilloso día con unas cervezas sentados en una terraza antes de coger el coche, celebrando que el fuego no se atrevió con el valle de Las Batuecas.

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